Habituada ya a los ruidos continuos de la sala, a la mujer del médico le sorprendió aquel silencio, silencio que parecía estar ocupando el espacio de una ausencia, como si la humanidad, toda ella, hubiera desaparecido, dejando sólo una luz encendida y un soldado guardándola, a ella y a un resto de hombres y de mujeres que no la podían ver.
Extracto de Ensayo sobre la ceguera
de José Saramago
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